Su voz era tan diáfana y clara como su mirada misma, esa que se reflejó en la de incontables chimpancés, entre incontables seres humanos. Descubrió que nuestro comportamiento no era tan distinto, que ellos se parecen más a nosotros o que nosotros nos parecemos más a ellos de lo que antropocéntricamente estábamos dispuestos a aceptar.

Sus palabras y su discurso eran directos y suaves a la vez, sus movimientos cautos y gráciles, sus pasos los de una anciana que ha dejado huella en el corazón de la humanidad y de la vida silvestre, de la que somos aún parte. Alguna vez, la imaginé como una de las abuelas del mundo de este tiempo, una abuela sabia y deslumbrante para todo aquel que quisiera que así lo fuera.

Jane Goodall, etóloga sin igual e inspiración excepcional para la conservación de la

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