El muchacho a quien todos llaman Pequeño J baja de la parte trasera de un camión que recorre una ruta peruana rumbo a Lima. Luce igual, exactamente igual, que en las fotos que inundan las pantallas de la TV argentina desde hace una semana. Le dice al policía su nombre completo y verdadero. Lleva un teléfono celular con el mismo chip que usaba en la Argentina y que sirvió para rastrearlo con precisión. “No tengo nada que ver con el crimen de las chicas”, dice, antes de que le pregunten.

Queda claro de inmediato: Pequeño J no es un gran narcotraficante . No tiene antecedentes penales en Perú y los investigadores argentinos no lo conocían.

Pero, ¿cómo pasamos de Pequeño J y sus pequeños cómplices -una decena de marginales que no pasa de los veintipico- a los crímenes atroces de tre

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