Devastada por la guerra, la Europa de 1945 no era el mejor lugar para que un creador lograse hacer oír su voz, por muy poderosa que fuera. Allí donde no había censura, como en España o el Este, los talleres y las galerías habían sido destruidos, el mercado no existía y los valores habían entrado en crisis tras la barbarie general vivida y los horrores del Holocausto.

El centro mundial del arte se desplazó de París a Nueva York, donde, bajo la etiqueta genérica del expresionismo abstracto, Pollock, Rothko, De Koonig y sus muchos seguidores crearon una fructífera escuela que era una apisonadora con visibilidad global, vitaminada además por el poder político en plena guerra fría, algo a lo que los estados europeos no podían responder.

Y a este lado del Atlántico, la resistencia residual de

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