Primera. Si me preguntan por un personaje que no merece que a una calle se le asigne su nombre, respondo sin dudar: Alexander von Humboldt. Un vulgar espía que, amparado bajo el manto de la academia y la investigación, recorrió y documentó el país.
Al salir de la Nueva España, y rumbo a su país, hizo escala en Washington, donde fue recibido por Thomas Jefferson, entonces presidente de la nueva nación. El gringo lo invitó a quedarse con todos los gastos pagados durante tres semanas. Mientras el germano se divertía de lo lindo, el secretario del Tesoro copiaba mapas y demás documentos que contenían santo y seña del “cuerno de la abundancia”.
Años después, los norteamericanos tomaría gran parte del territorio nacional, y los documentos de Humboldt les sirvieron para alentar su codicia y, e