El frío del último trimestre del año nos envuelve. La energía que la piscina había dejado se sentía en el ambiente. Mis cosas están sobre el taco; me estoy secando el agua clorada en la que acabo de dejar la flojera de un martes cualquiera. De pronto, siento una sombra que voltea a mirarme y me increpa de forma inesperada: “Entonces, Niyireé, cuéntame eso del aborto… ¿tú estás de acuerdo?”
La pregunta me agarra fuera de base. Lo último que imaginaba este día, a las 7:00 a.m., era tener un debate sobre este tema. No obstante, algo me invita a la calma, el tono con el que se me aborda. No siento la inquisición de quien pregunta para luego querer quemarme por bruja y “abortera”. Más bien, en la inquietud hay un atisbo de interés, de querer comprender por qué una mujer está de acuerdo con la