En enero de 1999, cuando alguien de la producción de Amores perros arribaba a la oficina de Mónica Lozano, responsable de ver todo lo administrativo, podía observar que junto a ella había un bambineto con su bebé de dos meses de nacido.
Al pequeño lo había tenido en noviembre de ese año y dos semanas después ya estaba viendo lo de contratos, pues en enero comenzaba a preparar el rodaje.
“Estaba aún dándole pecho y tratando de entender qué era ese monstruo (la película)”, recuerda sobre el filme que se reestrena hoy.
“Todavía me acuerdo de los permisos que pedí a Jorge Legorreta, entonces delegado de la Cuauhtémoc, y decirle que me permitiera filmar en la avenida Juan Escutia la escena del choque y él me pedía de favor que me fuera a otra delegación”, agrega.
Han pasado 25 años de eso.