El fútbol y otros deportes tienen algo que ningún algoritmo de entretenimiento ha logrado replicar: el poder de movilizar multitudes. No hablamos solo de gente con camisetas y banderas; hablamos de hinchas radicales, esos que convierten la pasión en un estilo de vida y, a veces, en una forma de locura colectiva. La pregunta es incómoda pero necesaria: ¿hasta dónde es pasión y en qué momento se convierte en delirio?
La pasión del hincha radical nace en lo más básico: pertenencia. No importa si el equipo gana o pierde, el seguidor siente que hace parte de algo más grande que él mismo. Es una religión laica, con rituales (cánticos), templos (estadios) y hasta santos y demonios (ídolos y rivales). Esta intensidad puede ser hermosa: coreografías de tribuna que parecen obras de arte, caravanas