No es fortuito que en estos tiempos en que las reivindicaciones sociales, étnicas, sexuales y políticas toman la palestra en el mundo entero, los poetas y, sobre todo, las poetas reivindiquen no sólo su derecho a cantarle a la realidad desde su propia voz, desde su propio cuerpo, sino que exhiban las contradicciones innatas de un sistema cultural que ha dado predominancia al canto monolítico, al gran poema conceptual, al discurso masculino donde la experiencia de las mujeres es marginal, pasiva, hecha a un lado. Y si a eso le añadimos que, en la poesía mexicana, los grandes paradigmas han establecido que las cimas de la lírica nacional pasan por el poema magno, ese que contempla el mundo desde las alturas de su genio: La suave patria (1921) de Ramón López Velarde, Muerte sin fin (1939) de
Lucía Treviño: la poesía contra los monumentos literarios

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