Hoy, Luxemburgo vive un momento que pasará a los anales de su historia: Guillermo ha sido proclamado Gran Duque tras la abdicación de su padre Enrique , quien tras 25 años de reinado ha decidido traspasar el testigo en un acto que combina nobleza, tradición y protocolo. Frente al Parlamento, entre vítores y banderas ondeando al viento, Guillermo asume un rol que no será de absoluto poder político -pues la monarquía en Luxemburgo es principalmente simbólica-, pero sí de gran peso simbólico e institucional.

Se convierte así en cabeza del Gran Ducado, una responsabilidad no solo hereditaria, sino adornada de expectativas : la modernidad, la cercanía, la representación de todos los sectores de una sociedad que demanda lo auténtico tanto como lo ceremonial.

Guillermo, acompañado por la du

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