La democracia moderna se enfrenta a un dilema persistente: la tensión entre la necesidad de renovar a sus representantes y el riesgo de sustituir la experiencia política por la inexperiencia ciudadana. Este debate no es nuevo.

James Madison, en los Federalist Papers, y Alexis de Tocqueville, en La democracia en América, ya reflexionaban sobre los peligros y las virtudes de abrir la política a outsiders o a figuras sin trayectoria profesional en los asuntos públicos.

Hoy, en el marco de democracias atravesadas por el desencanto ciudadano, la proliferación de outsiders se presenta como una respuesta a la desconfianza hacia las élites tradicionales.

Pero esta respuesta, lejos de ser neutra, plantea dilemas estructurales sobre la calidad de la representación, la estabilidad institucional y

See Full Page