La noche del 7 de julio de 1898 Medellín se quedó mirando el cielo, esperando un “milagro”. Era jueves y, como siempre, desde el cielo la luna llena intentaba hacerse dueña de las calles empedradas de esa naciente villa. De pronto, un fogonazo desconocido la retó desde abajo, desde el mundano suelo: bombillas eléctricas se encendieron en el centro de la ciudad por vez primera entre el júbilo de los presentes.
Aún se recuerda, más de un siglo y cuarto después, cuando Nemesio Mejía Montoya, Marañas para todo el mundo, levantó la voz y soltó su sentencia entre risas: “¡Ahora sí, Luna, te jodites. De hoy en adelante tendrás que alumbrar sola a los pueblos!”.
Por siglos la ciudad se había recogido tras la caída del sol. Ahora, de golpe, podía estirar la jornada y mirar de frente a la modern