En el taller de la Escuela Técnica N°1 de Monteros, Tucumán, los ojos de los estudiantes brillan. Trabajan la madera laminada no para cumplir un requisito académico, sino con un propósito claro: construir una silla postural para una niña de 10 años con parálisis cerebral.
En ese taller, cada corte, cada cálculo y cada ensamble llevan un propósito: mejorar la calidad de vida de una persona. Porque el aula, para Roberto Córdoba, es el punto de partida para la solidaridad: un lugar donde los conocimientos ayuden a los estudiantes a servir a su comunidad. “La técnica debe estar acompañada de la humanidad”, resume.
Ese enfoque en el servicio ha guiado las clases de Roberto, y lo ha convertido en uno de los seis finalistas del premio Docentes que Inspiran , la iniciativa de Clarín y Zurich