¿Internet nos puede decir que es lo bello o lo bueno? ¿Una máquina puede suplir a la razón y la fe para llegar a la verdad? O ¿debemos entregarnos a los brazos de algoritmos que están decidiendo por nosotros hasta las comidas, las películas, lugares de vacaciones, cómo pensar, qué y dónde comprar?

Extrañamente -o más bien, cómodamente- vamos entregando nuestras decisiones, preferencias y tiempo a plataformas electrónicas, redes sociales y ahora con la disposición de entregar nuestra alma a la inteligencia artificial para que piense por nosotros, trabaje y diseñe por nosotros y hasta que nos busque pareja para no batallar en cortejos, flirteo y conquista.

Hay una pregunta que durante siglos sigue taladrando la mente de algunas personas pragmáticas o mejor dicho prácticas en el actuar y pe

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