Hay personas cuya sola presencia transforma la forma en que entendemos la vida. Jane Goodall fue una de ellas.

Llegó al corazón de África en 1960 con una libreta, unos binoculares y una curiosidad sin fronteras. Sin protocolos, sin laboratorios. Solo la intuición de que la naturaleza no necesitaba ser conquistada, sino comprendida. Fue esa mirada —atenta, silenciosa, respetuosa— la que cambió la ciencia para siempre.

Durante más de seis décadas, Jane nos enseñó que los animales no son “recursos” ni “objetos de estudio”, sino seres con emociones, cultura y memoria. Que los chimpancés usan herramientas, que se abrazan, que se reconcilian. Pero sobre todo, que nosotros, los humanos, no somos tan distintos de ellos como creíamos.

Su vida entera fue un recordatorio de algo que la moderni

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