Hoy día, el automóvil trasciende la idea de ser un medio de transporte. Hay quienes buscan potencia, otros el diseño o la eficiencia; unos más exigen trato, respaldo y una experiencia que los represente. En ese contexto —a mediados de la primera década del 2000— llegó una marca japonesa que apostó por algo poco común en la industria nacional: provocar emociones antes que cifras. Ahí comenzó una relación que hoy cumple dos décadas y que cambió, la forma en que los mexicanos viven el camino.

Desde sus primeros años, Mazda eligió una ruta distinta. Apareciendo como una propuesta que conectaba diseño arriesgado, ingeniería con vocación deportiva y un trato al cliente que parecía impensable para el mercado local. Lo inusual fue que esa estrategia no se quedó en discurso: generó una comunidad f

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