El sábado antepasado murió una muy querida tía mía, yo que no soy muy de llevármela bien con mis tías. Yo no voy a servicios funerarios, ni a misas de despedida (de hecho no voy a misas), pero ese día me acerqué a la capilla donde le despidieron. Llegué casi al final, ocupé un discreto lugar fuera del templo, saludé a los pocos familiares que pude (o quise) ver, y me volví a casa.

Allí en los saludos, mi sobrina MariJo, dijo, por decir, aquello de “y pensar qué…” Es que al sábado siguiente ellos estaban de boda, pues se casaba una de sus hermanas.

Una semana después, de nuevo sábado, apuré, no como el poeta apuraba el nepentes y la amada cicuta, sino el trago amargo de darme prisa, sacar del rincón del vestidor un traje y disponerme para la boda.

Se casaba la segunda de las trillizas y

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