Por eso no avanzamos, porque nuestros valores están tasados en el mercado, porque el aplauso se vende y la culpa se negocia, porque seguimos creyendo que el éxito justifica el origen y mientras tanto, seguimos rezando frente al altar del billete, esperando que nos bendiga con abundancia, aunque para ello tengamos que hipotecar la dignidad.

Hay una nueva religión que no necesita templos ni altares, su dios no tiene nombre, pero sí símbolo, el del dólar, el peso, el bitcoin o la acción que sube en la bolsa, no exige fe, exige rendimiento y no promete salvación, promete acceso. Vivimos en una época donde el dinero ha dejado de ser un medio para convertirse en medida y mide el valor de las personas, el peso de las opiniones y hasta la gravedad de los pecados. El que tiene dinero no solo compr

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