Para poder ingresar al Pabellón de Lituania en la Bienal de Venecia del 2019, el público debía abandonar la zona de espacios estables de exhibición, caminar hacia el distrito Castello, adentrarse en una calle alejada del turismo y hacer una fila que podía llegar a durar hasta tres horas.
De manera inusual para este mediático encuentro internacional de arte contemporáneo, cundió velozmente el rumor de que la pieza más impresionante de aquella edición se encontraba en una zona periférica de la muestra.
No era para menos. Al ingresar al inmueble, los visitantes llegaban a un primer piso y al asomarse hacia el patio central desde un barandal, contemplaban una playa de tamaño real, con bañistas despreocupados y en calma que interpretaban un aria coral a viva voz.
La pieza, una ópera-performa