En junio de 1994, la desaparición de Nicholas Barclay conmocionó al tranquilo vecindario de San Antonio, Texas. El adolescente de 13 años había sido visto por última vez en un partido de básquet. Luego de tres años, en octubre de 1997, su familia recibió una llamada inesperada desde España que aseguraba que había aparecido allí, confundido, pero que estaba a salvo.

El reencuentro fue conmovedor y tuvo cobertura internacional: la madre corrió en el aeropuerto para recibir a un muchacho delgado, de mirada evasiva y gorra baja. Mientras lo abrazaba con una mezcla de llanto y alivio no reparó en los detalles extraños, que nadie quiso ver. El acento marcado, los ojos oscuros, la piel más morena y el comportamiento distante no fueron tomados en cuenta: era Nicholas, afectado por el tiempo, o

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