
En su discurso en la LXXX Asamblea de las Naciones Unidas, Donald Trump presumió de haber “puesto fin a siete guerras interminables” en África y Asia, él solo, sin colaboración de nadie, ni siquiera de la ONU. Aunque esa declaración hay un gran porcentaje de vanidad y otro de optimismo, lo cierto es que el actual presidente de Estados Unidos, a diferencia de los anteriores, quiere concluir guerras, no iniciarlas para “extender la democracia”. Barack Obama , por el contrario, pasó sus ocho años de mandato metido en diversas guerras.
Entre los conflictos que Trump quiere concluir se encuentra el de los israelíes y los palestinos, enconado por el horrible y asombroso ataque de Hamás que causó casi 1.200 muertos y permitió el secuestro de 250 personas, y la posterior reacción de Israel, en la que han muerto decenas de miles de personas. A punto de cumplirse dos años de la incursión, Trump presentó el lunes 29 de septiembre en Washington un plan de veinte puntos para detener la operación israelí en Gaza. Su plan de paz consta de veinte puntos, que aparte del cese de las hostilidades y la liberación de los rehenes israelíes, muertos o vivos, pretende plantar las bases para tratar de solucionar (¡otra vez!) la disputa.
Trump propone la formación de un gobierno de transición palestino en Gaza bajo supervisión internacional; la exclusión de Hamás del control de la Franja; el desarme de todos los grupos islamistas; el compromiso de Israel de no ocupar ni anexionar la Franja y de retirar sus tropas; el despliegue de una fuerza internacional; y la creación de una zona especial con incentivos para inversores.
Como parte de este plan, queda la foto en blanco y negro difundida por la Casa Blanca de Netanyahu presentando disculpas al primer ministro de Qatar (uno de los principales aliados de EEUU) por haber bombardeado su capital para matar a unos dirigentes de Hamás, mientras Trump, con cara de enfadado, le sostenía el teléfono. Encima, el israelí leía la disculpa escrita en un papel que le había dado antes Trump. Una imagen de poder que antes sólo habíamos contemplado en películas sobre guerras distópicas o en cuadros de guerras pasadas.
Llama la atención la amplitud del apoyo recibido por el plan. Por ejemplo, ha contado con el respaldo de prácticamente todos los países musulmanes de la región, sobre todo sunitas, incluso de la Autoridad Nacional Palestina y de la Siria de Ahmed al-Shara, quien acudió en septiembre a la ONU. A Hamás sólo le queda como aliado Irán, cuya clase dirigente también está empeñada en alcanzar el martirio, y los hutíes del Yemen. El artículo 13 de la carta fundacional de Hamás afirma que ningún acuerdo político es posible para la liberación de Palestina y que la única solución consiste en la yihad.
¿Y por qué los líderes musulmanes, incluso gobiernos enemigos de Israel y financiadores de los palestinos, respaldan el plan de Trump hasta el extremo de presionar a los que quedan de la cúpula de Hamás para que lo acepten? Porque quieren acabar con un conflicto que, por alargarse desde hace dos años, está provocando una agitación creciente en sus calles. Muchos árabes quieren vencer la humillación que consideran que es la existencia de Israel mediante la inmolación de los palestinos… a los que no quieren en sus países ni como refugiados. Los gobiernos de Turquía, Egipto, Qatar y, también, de Irak, Jordania, Arabia Saudí, Marruecos, o Pakistán desean un final cuanto antes.
Igualmente, la guerra está afectando a los países occidentales, no por una repetición del terrorismo de los años 70 y 80 realizado por la OLP (que causó el desprestigio de la causa de los palestinos), sino por las protestas de la creciente población musulmana asentada en Europa y la unión a ellas de la izquierda, como se comprueba en España y Francia y en espectáculos de propaganda y vanidad como la flotilla que zarpó de Barcelona.
En Estados Unidos, varias encuestas han mostrado la creciente hostilidad hacia Israel de la mayoría de los menores de 30 años, con independencia de su clase, su ideología o su voto. Y sin duda esta irritación con las imágenes y las noticias de los muertos gazatíes, así como la movilización de la izquierda, impulsan la candidatura del musulmán progre Zohran Mamdani para la alcaldía de Nueva York, cuyas elecciones se celebrarán el 4 de noviembre próximo.
La guerra está destrozando la próspera economía israelí. El Banco de Israel calculó que los costes directos relacionados con la guerra para el período 2023-2025 podrían alcanzar los 55.600 millones de dólares, un 10% del PIB del país. En Gaza han caído más de 500 militares y en el resto del país, debido a los drones y cohetes disparados por Irán y los ataques de palestinos, hay que sumar casi 250 muertos más.
Por último, el personal de las ONG, los diplomáticos y los expertos que viven (¡y cómo!) de un conflicto eternizado quieren, como sea, la paz, una paz, cualquier paz, antes de perder su empleo por desaparición del cliente.
Hamás debe elegir entre salvar a los palestinos de Gaza en la Tierra o enviarlos con las huríes. Y sus admiradores occidentales tendrán que explicarnos la decisión que tomen y por qué ellos la apoyan o la rechazan. Por ahora, Hamás ha escogido el plan ofrecido por Trump, con la amenaza de mandarles “al infierno”.
El aparente cese de los bombardeos israelíes y de las muertes palestinas, junto con la liberación de los secuestrados, aunque nos alegre, no puede hacernos olvidar lo sustancial: la comunidad internacional sigue enredada en un problema que no parece tener solución.