
Israel y Hamás han anunciado que han alcanzado un alto al fuego, que constituiría una primera fase de un acuerdo mayor inspirado en el plan del presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Por el momento, no se ha publicado ningún texto del acuerdo, por lo que todas las informaciones se basan en declaraciones de las partes, en algunos puntos contradictorias.
A grandes rasgos, en esta primera fase de duración indeterminada, se daría un cese a las hostilidades, se permitiría la entrada de ayuda humanitaria, se realizaría un intercambio de personas retenidas y se produciría una retirada parcial de Israel a la zona de amortiguación dentro de la Franja de Gaza.
Hamás liberaría a las 20 personas que llevan en su poder desde el 7 de octubre de 2023, entregando de forma gradual los cuerpos de los fallecidos. Israel, por su parte, liberaría a 2 000 detenidos, 250 de ellos condenados a cadena perpetua, excluyendo a los implicados en el ataque del 7 de octubre.
Asimismo, hay informaciones que apuntan a que la retirada del ejército israelí solo se produciría después de la liberación de todos los rehenes retenidos y estaría condicionada al desarme de Hamás.
Primera fase de un plan en el aire
Lo cierto es que el alto al fuego anunciado no es el acuerdo de “paz fuerte, duradera y eterna” que buscaba el presidente estadounidense. En este sentido, es similar a la primera fase del acuerdo alcanzado en enero de 2025 que, sin lugar a dudas, supuso un respiro momentáneo para la población gazatí.
A partir de aquí, queda pendiente negociar el resto de los aspectos fundamentales: retirada de la Franja de Gaza, desarme y futuro papel de Hamás, creación y despliegue de la fuerza internacional y forma de gobierno de la Franja. El propio marco de acuerdo establecido por la propuesta de Trump y la experiencia reciente no invitan al optimismo.
Aunque los 20 puntos del plan de Trump tienen aspectos indudablemente positivos, como la liberación de personas retenidas ilegalmente, el restablecimiento de la ayuda humanitaria bajo la supervisión de Naciones Unidas, la renuncia al desplazamiento forzado y el fin de las hostilidades, adolece de unos elementos que en su origen socavan una resolución definitiva.
Por ejemplo, prevé la anexión ilegal de un “perímetro de seguridad” en Gaza, la creación de una fuerza internacional que podría constituir una nueva fuerza de ocupación o el establecimiento de un gobierno que excluye a la Autoridad Nacional Palestina, que quedaría supeditada a un organismo de naturaleza colonial.
La coacción estadounidense resumible en “genocidio u ocupación” no es ninguna solución, si bien es comprensible que para las víctimas este plan sea preferible a la continuación del genocidio.
El comportamiento de Israel durante el acuerdo de enero es otro aspecto que desalienta la posibilidad de que se alcance una paz definitiva. El ejecutivo israelí cumplió únicamente con la primera fase para tratar de recuperar al mayor número posible de rehenes, mientras saboteaba cualquier posibilidad de acuerdo y preparaba la Operación Poder y Espada.
En la medida en la que la correlación de fuerzas en el interior de Israel no cambie y, sobre todo, no renuncie a sus aspiraciones coloniales, la continuidad de estas negociaciones se fía a la voluntad de Trump.
Trump: un hombre en busca del Nobel de la Paz y del negocio
Es de dominio público que el presidente estadounidense ansía el premio Nobel de la Paz, galardón que está previsto que se anuncia este 10 de octubre. No en vano, en su peculiar campaña como candidato, durante su discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas, afirmó que había puesto fin a siete guerras. Un somero repaso evidencia que no estuvo implicado en la resolución de estos conflictos o, en su caso, se trató de acuerdos de marketing sin relevancia práctica.
Junto con esta aspiración personalísima se encuentra la necesaria reconstrucción de la Franja de Gaza, percibida como una oportunidad de negocio. Jared Kushner, el yerno de Trump y miembro de la delegación negociadora, animó a Israel a expulsar a la población local gazatí señalando que las propiedades costeras de la Franja podrían ser muy valiosas. Podríamos encontrarnos ante una explotación ilegal de los recursos palestinos sin su consentimiento, una práctica que violaría la soberanía permanente del pueblo palestino a sus recursos.
El resto de actores
La mayor parte de Estados, con los matices que se quieran hacer, han respaldado el plan de Trump. Destacan los países de la zona, que han presionado a Hamás para que acepte los términos del acuerdo. Su voluntad por recomponer cierto equilibrio en la región, que desde 2023 se ha ido inclinando en favor de Israel, y garantizar que los palestinos de Gaza no son expulsados a sus países, son garantía de que continuarán presionando a Hamás.
Quien destaca, por su inacción, es la Unión Europea y sus Estados miembros. Tradicionalmente implicados en los intentos de procesos de paz de Oriente Próximo, en esta ocasión no han jugado ningún papel. En este sentido, es remarcable la pasividad de la Alta Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Kaja Kallas, quien se ha limitado a aplaudir con seguidismo la labor estadounidense calificando el acuerdo de un “gran logro diplomático”.
Por el bien de la población gazatí, esperemos que se negocie una segunda fase, si es posible, en línea con la Declaración de Nueva York de septiembre, más acorde con el derecho internacional vigente.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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Aritz Obregón Fernández no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.