Tres actores se mueven, ansiosos, de un lado a otro de esa jaula que es, en realidad, un apartamento de suelo azul y paredes de cemento gris con cocina, salón y dormitorio. Un espacio minimalista y de líneas rectas, a excepción de un teléfono del siglo XX de color naranja. En pantalla se proyecta una frase extraída de la novela El celo , de Sabina Urraca –«Nunca había oído de ninguna mujer que escenificara posesiones de espíritu como resultado de una contención diurna de la furia»–, suena música electrónica y Ana Rujas se dirige a alguien que no está y pregunta: «¿Cómo puedo sentir tanto amor y a la vez tanto vacío, Padre? ¿Está el alma humana concebida para albergar amor? ¿Y qué pasa cuando el alma deja de amar? Entonces prende fuego y echa a arder, ¿verdad, Padre?».

A partir de

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