Gerardo Fernández Noroña encarna como pocos la mutación que provoca el poder en la naturaleza humana. El hombre que un día gritó contra los privilegios, hoy los defiende con la vehemencia de quien ya los probó. Su discurso de austeridad se volvió una farsa elegante, adornada con jets privados y mansiones en Tepoztlán.

En los años de la oposición, Noroña era el símbolo del coraje popular. Peleaba en las calles, denunciaba fraudes y se enfrentaba al sistema con un megáfono y un puñado de convicciones. Pero ahora, desde el Senado, es parte del sistema que juró combatir. El rebelde se volvió burócrata del poder.

El cambio no fue súbito, sino metódico. Primero, la comodidad de los reflectores; después, el gusto por los aplausos; finalmente, la necesidad de sentirse indispensable. Como muchos

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