La elección de Machado como máxima representante de la paz mundial es un as simbólico para ganar el duro juego de reconquistar la democracia en su país
Volvía en tren a Boston desde Nueva York cuando me llegó por WhatsApp un mensaje de una productora de radio. Me invitaban a comentar el anuncio del premio Nobel de la Paz, que se daría a primera hora de la mañana. Me sentía bastante cansado y me excusé alegando mi desconocimiento de las candidaturas de este año, más allá de la intensa —e infantil— campaña de Donald Trump para recibirlo. Pero algo flotaba en el aire cuando mi hijo me despertó muy temprano con la pregunta:
—Papá, ¿sabes quién ganó el premio Nobel de la Paz?
Le respondí que no. Entonces, sonriendo, me dijo:
—María Corina Machado.
“La vida te da sorpresas, sorpresas te da