No todas las revoluciones suenan igual. Hay gritos que caben en la tele, y otros que apenas se escuchan fuera del valle. El feminismo en los pueblos no lleva megáfono, pero se oye. En voz baja. En las cocinas. En los caminos de tierra donde dos mujeres caminan juntas hablando de lo que no quieren volver a aguantar. Lo pensé el otro día, después de una charla en una casa de cultura. Había más sillas vacías que llenas, pero las que estaban, estaban de verdad. Una mujer mayor dijo que no entendía mucho de feminismos, pero que a ella le parecía bien eso de que las nietas «manden más que antes». Otra contaba cómo su hija, que se fue a estudiar fuera, se había atrevido a cortar con un novio que no la dejaba ser. – Yo a esa edad ni me lo habría planteado –dijo–, pero me alegro de que ahora puedan
Donde no hay pancarta, hay palabra

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