En la frontera invisible entre el Tirreno y el Manzanares se levanta Origine, tabernáculo de mantel fino donde un napolitano con alma castiza, Salvatore Romano, ha montado su pequeña revolución.
No es un restaurante, sino una declaración de amor con acento de dos mares: el de Italia y el de España, que aquí se entienden sin traductores y brindan con el mismo vino.
Romano, que lleva más de veinte años cocinando en Madrid, y que ya podría tener padrón en Chamberí, se confiesa hijo adoptivo de los Madriles. Fundó Totò e Peppino, escuela de napolitanos con duende, pero ahora se suelta el moño con su criatura más íntima.
«Origine es un bebé que llevaba dos décadas en mi cabeza», dice el cocinero con ese temple de los que saben que la cocina es paciencia y corazón.
En su carta no hay artific