La tecnología ha entrado con fuerza en los hogares donde conviven humanos y animales. Comederos automáticos, bebederos con sensores, fuentes que registran patrones de consumo y apps que avisan de cambios en la rutina. Todos prometen comodidad y, de paso, una nueva forma de cuidar.
Sin embargo, dar de comer siempre ha sido mucho más que llenar un estómago y, para nuestra especie, alimentar es un acto cargado de significado. Es cuidar, demostrar afecto y sellar vínculos. Un peso cultural y emocional que también hemos trasladado a la relación con los animales con los que compartimos hogar.
Y aquí surge la disonancia. Porque, mientras más opciones tecnológicas tenemos para ‘facilitarnos’ la vida, en el caso de los comederos automáticos se toca de lleno esa dimensión íntima de que alimentar e