En el mapa parece apenas una mancha al sur del Caribe, pero cuando uno pone un pie en Curaçao, el color lo envuelve todo. Las fachadas coloniales de Willemstad, con sus tejados a dos aguas y balcones blancos, reflejan sobre el agua de la bahía una sinfonía de tonos pasteles. Curaçao es la “C” de las islas ABC, junto con Aruba y Bonaire, y aunque comparten raíces neerlandesas, cada una tiene su carácter. Rosa, verde, celeste, ocre. El alma holandesa se confunde con la alegría del trópico y la isla entera parece respirar un ritmo distinto, más lento, más sereno.

La de Curaçao se define por la mezcl a: más de 35 playas desperdigadas por la costa oeste, murales que narran historias en cada esquina y un idioma que suena como un canto: papiamento, una fusión de español, portugués, inglés

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