En el firmamento de los logros y triunfos, existe una estrella que brilla con una luz propia: el Premio Nobel. Más que una medalla de oro, es la consagración máxima para aquellas mentes y espíritus inquebrantables que han dedicado su vida a engrandecer a la humanidad. La presea “Nobel” —como es su pronunciación original— se remonta a 1895, cuando el industrial sueco Alfred Nobel, quizás buscando redimir su legado como inventor de la dinamita, destinó su inmensa fortuna a premiar a los mejores benefactores de la humanidad en Física, Química, Medicina, Literatura y, la categoría más célebre, la Paz. Desde 1901, este galardón se ha convertido en el faro global que ilumina los descubrimientos más revolucionarios y las paces más anheladas.

Por estos tiempos, en la más alta esfera del acontecer

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