Casi para cualquier país de América Latina y del mundo, que una compañía como OpenAI anuncie una inversión multimillonaria suena a sueño dorado. No es solo la empresa más influyente del planeta en inteligencia artificial, sino también una de las que marca el ritmo en la industria. Su llegada promete puestos de trabajo, movimiento económico y visibilidad global. Pero, como ocurre con todo proyecto de gran escala, también arrastra dudas: el consumo energético, el uso de agua o la sostenibilidad de un centro de datos de cientos de megavatios no son asuntos menores. Argentina, al menos sobre el papel, ha sido la elegida para intentar ese salto.

El anuncio del Gobierno argentino se apoya, al menos de momento, en un único documento: una carta de intención firmada entre OpenAI y la empresa loca

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