La Guardia Nacional nació en el discurso como una promesa de esperanza. Se nos dijo que sería la gran transformación de la seguridad pública mexicana: un cuerpo moderno, disciplinado, incorruptible y respetuoso de los derechos humanos. Fue presentada como el antídoto ante el fracaso de la Policía Federal, la cura al cáncer de la corrupción policial y al colapso institucional que dejó la llamada “guerra contra el narco”.

Sin embargo, lo que hoy vemos —a seis años de su creación— es el rostro más sombrío de esa promesa rota. La Guardia Nacional se ha convertido en un aparato militar más, centralizado, opaco y sin controles civiles efectivos.

No es una policía con disciplina militar, sino un ejército con fuero policial . Y esa diferencia semántica ha significado, en los hechos, la norma

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