Las Vegas perfeccionó el arte de convertir cualquier idea en show . La ciudad mezcla ingeniería, diseño y sentido del humor para que una cena, una boda exprés o un paseo terminen siendo relatos memorables. No se trata solo de casinos: la experiencia es el producto.
Ese espíritu se reconoce en propuestas que no tendrían el mismo efecto en otro lugar. Luces, neón y arquitectura delirante operan como escenografía permanente. La promesa es clara: cada pocas cuadras aparece algo que desafía la costumbre .
El truco funciona porque Vegas planifica la sorpresa . Hay un hilo conductor -exceso bien curado- que hace convivir museos de neón con tirolesas urbanas o caídas controladas desde 108 pisos. Nada pide permiso al realismo; todo busca que vuelvas con una historia.
Las Vegas es un oasis