Aún sin entrar en biologicismos aberrantes, se podría decir que las ciudades nacen, viven y mueren. Con la sonada excepción de la urbe palestina de Jericó, que muestra una asombrosa continuidad de ocupación de su espacio urbano, con sus matizaciones obvias y diversas fases diferenciadas, desde que se establecieran sus primeros habitantes hace once mil años en época epipaleolítica, no es para nada infrecuente y, de hecho, es la norma, que la mayor parte de las ciudades al igual que surgen, desaparecen en las nieblas del tiempo . Si hablamos de la Roma imperial antes de la tan célebre y discutida crisis del siglo III, un enorme período de dificultad y redefinición a todos los niveles, desde el político al social pasando por el económico y militar, que fue salvado gracias a las enérgicas po
Handoga, la ciudad nómada africana

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