El debate sobre los llamados “refugiados climáticos” oscila entre la alarma y el escepticismo. Algunos organismos internacionales alertan de que el cambio climático podría desplazar a millones de personas en las próximas décadas. Otros sostienen que esa imagen es exagerada: que, en la práctica, el cambio climático no está generando grandes movimientos internacionales porque la mayoría opta por adaptarse localmente o se ve atrapada por la falta de recursos, redes o capacidad física para irse. Como se señalaba en este mismo blog , muchos desplazamientos atribuibles al clima son internos a corto plazo, y a largo plazo los climas extremos pueden incluso generar inmovilidad.

Nuestro estudio, publicado recientemente , matiza este diagnóstico. No todos los desastres climáticos tienen el mismo impacto. El tipo de evento importa, y la forma en que las personas lo perciben es clave para entender quiénes ven la migración como una salida posible.

Partimos de la idea de que, para entender cómo el cambio climático influye en la movilidad humana, hay que mirar no solo los desplazamientos efectivos, sino también las aspiraciones de migrar. Migrar es un proceso: empieza con el deseo de irse, pasa por la planificación y puede culminar en el movimiento. Las aspiraciones son, por tanto, una ventana temprana a cómo las personas interpretan y reaccionan a su entorno. Analizar estas intenciones también permite distinguir entre inmovilidad forzada (personas que quisieran irse pero no pueden) y deseada (quienes prefieren quedarse).

En este estudio realizamos encuestas en Senegal y Gambia, dos países expuestos a distintos tipos de desastres climáticos y que constituyen un nodo importante en las redes migratorias que conectan África Occidental con Europa. Recabamos una muestra representativa de toda Gambia y de dos regiones de Senegal (Dakar y Casamance) entre finales de 2021 y comienzos de 2022, con más de 5.700 jóvenes de entre 15 y 35 años, el grupo que concentra las mayores aspiraciones migratorias.

El primer hallazgo fue que haber vivido un desastre climático se asocia con un mayor deseo de migrar y mayor probabilidad de tener planes para irse en el próximo año. Pero este resultado enmascara una distinción crucial: la relación entre desastres climáticos y migración solo se observa entre quienes experimentaron sequías, es decir, desastres graduales, prolongados y acumulativos. En cambio, no encontramos evidencia de que las personas afectadas por desastres repentinos —lluvias intensas, tormentas o inundaciones— tengan mayores deseos de migrar.

¿Por qué? Porque los desastres lentos se viven de otra forma. Una tormenta puede causar un daño devastador, pero pasa rápido y deja espacio para reconstruir. En cambio, una sequía prolongada erosiona poco a poco los medios de vida y la confianza en el futuro. Nuestro argumento es que las sequías se perciben como más irreversibles. Frente a ellas, adaptarse parece más difícil o incluso inútil. Esa percepción alimenta la idea de que “aquí ya no se puede vivir” y hace que migrar parezca una opción más lógica.

Nuestros resultados son robustos: se mantienen incluso al controlar por la intensidad real de las precipitaciones y temperaturas en las zonas donde viven los encuestados. En otras palabras, no es solo el clima lo que importa, sino cómo se interpreta y se recuerda. También contemplamos la posibilidad de un sesgo de supervivencia , que podría darse si las personas más propensas a reaccionar ante los desastres súbitos ya hubieran emigrado, y quienes respondieron a nuestra encuesta fueran las menos inclinadas a hacerlo. Para evaluar esta hipótesis, preguntamos si los encuestados conocían a alguien que se hubiera marchado tras experimentar los mismos eventos climáticos. Los resultados muestran que quienes sí conocen a alguien en esa situación no presentan aspiraciones migratorias más bajas, lo que contradice lo esperable si el sesgo de supervivencia explicara nuestros hallazgos.

Para reforzar estos resultados, incluimos un experimento dentro de la encuesta. A los participantes se les presentó una breve información sobre lo que la gente piensa del cambio climático en su localidad. De forma aleatoria, unos leyeron que los desastres climáticos podrían volverse más frecuentes, y otros que serían menos o igual de frecuentes. Luego les preguntamos si esa información les hacía más propensos a querer irse.

Mostramos los resultados en el gráfico. Solo quienes ya habían vivido una sequía reaccionaron a la idea de que las condiciones climáticas podrían empeorar: en este grupo, las aspiraciones migratorias aumentaron notablemente. En cambio, quienes habían vivido lluvias intensas o inundaciones no mostraron cambios significativos.

Gráfico 1: Efecto de la información sobre el clima futuro en las aspiraciones migratorias, según experiencia previa con desastres lentos o repentinos

Nuestro estudio ayuda a entender por qué las investigaciones sobre cambio climático y migración arrojan resultados tan dispares. No existe un vínculo automático entre ambos fenómenos: la respuesta depende del tipo de evento, su duración, su previsibilidad y, sobre todo, de cómo las personas lo perciben.

Por eso, hablar de refugiados climáticos en general puede ser engañoso. El cambio climático sí puede aumentar la movilidad internacional, pero de forma selectiva: según el tipo de amenaza, la experiencia previa y la percepción de futuro.

Estos resultados también tienen implicaciones políticas. En primer lugar, cuestionan las narrativas catastrofistas que predicen un éxodo masivo del Sur global hacia el Norte. No todos los países ni regiones reaccionarán igual, y la reacción podría depender del tipo de desastre más prevalente. En muchos contextos, los impactos climáticos podrían absorberse localmente.

Pero los hallazgos invitan a no caer en la complacencia. Cuando los efectos del cambio climático son persistentes y percibidos como irreversibles —como ocurre con las sequías prolongadas—, las personas pueden llegar a la conclusión de que quedarse ya no es viable. En esos casos, la migración puede convertirse en una estrategia racional de supervivencia, especialmente entre los jóvenes.

En este sentido, nuestros resultados también conectan con el debate sobre la justicia climática. El Norte Global ha sido el principal responsable de las emisiones que originan el cambio climático, pero es el Sur Global quien soporta las peores consecuencias. Y esos efectos no siempre son directos: el cambio climático agrava problemas existentes —como la sobrepesca, la erosión o la inseguridad alimentaria— que, a su vez, aumentan la presión migratoria en comunidades vulnerables. Desde la política pública, esto implica ofrecer opciones reales de adaptación (acceso al agua, tecnologías agrícolas, seguros frente a la pérdida de cosechas), repensar los acuerdos pesqueros entre la UE y países de África Occidental que agotan pesquerías sin promover el desarrollo local y fomentar iniciativas para facilitar la migración legal y segura.

Entender cómo las personas interpretan el cambio climático —más allá de los indicadores meteorológicos— es esencial para comprender el nexo entre clima y migración. Las políticas basadas solo en datos de temperatura o precipitación no captan la dimensión humana del problema: la percepción de irreversibilidad, la pérdida de esperanza o la búsqueda de un horizonte posible.