Las calles recuperan el grito de la protesta, pero también el eco del desamparo. Esta vez, la consigna “¡Que se vayan todos!” resuena como un reclamo general, pero también como un síntoma profundo de desorientación colectiva. Lo que antes fue una demanda política, se ha convertido en un grito existencial: una negación de la clase dirigente sin una propuesta de reemplazo. La protesta ciudadana es un derecho y una expresión de vida democrática. Pero cuando carece de dirección, de pensamiento y de horizonte ético, se transforma en su contrario: en un ruido que erosiona el sentido mismo de la acción política. Los que pretenden usar a los jóvenes para sus fines políticos no lo han conseguido. Miles de jóvenes, movidos por la indignación y la frustración, son lanzados a las calles sin conducción
EL GRITO Y EL SILENCIO, columna de María del Pilar Tello

69