Es de noche y la casa está en calma. Mis tres hijos en pijama se disputan un lugar en la cama grande. Agarro un libro y leo en voz alta la historia de una mujer brillante —una de esas que llenan las colecciones para chicas— contada en páginas cortas, con retratos impecables y un final pulido: medalla, foto, ovación. Cierro el libro y pregunto qué les pareció. El de siete suelta: “¿Y si no ganaba la final?”. Respondo rápido, con lo obvio: que seguro lo iba a volver a intentar hasta quizás algún día ganar. Pero la pregunta me queda dando vuelta s.
No era solo ese libro. Era la lección escondida detrás de tantos relatos que consumimos sin pensarlo. La mayoría de películas, libros, obras de teatro terminan con la misma postal: el podio, el aplauso, el estadio lleno. Como si el único final