Quien no haya vivido bajo una piedra en los últimos siglos habrá escuchado alguna historia sobre abogados de dudoso actuar.
En mi vida he elegido actividades que están relacionadas, prejuiciosamente, con el mal. Sí, soy abogado, no “del diablo”, aunque eso es lo primero en lo que piensan muchos al escuchar hablar sobre mi profesión. El mal es generalizado. He visto abogados que cobran sumas estratosféricas para efectuar entregas llenas de errores. Y, abogados sin grandes carteras, que trabajan desde la mezquindad profesional, haciendo menos que lo básico.
Otro epíteto que he escuchado relacionarse con mi profesión es el de “sinvergüenza”. Personalmente, mucha vergüenza no tengo, pero eso no me convierte en un sinvergüenza, ¿o sí? Hay que distinguir. Pues con esa reputación he tenido que