Bajando el puerto de Foncebadón, antes de llegar a Molinaseca, la contemplación de la olla berciana que aparece y desaparece en cada curva estuvo durante décadas cubierta por la popularmente conocida como boina amarilla.Sobre la niebla que en esta época se agarra a los viñedos, una especie de febrícula cubría todo el Bierzo, creando una atmósfera ciertamente apocalíptica que ya apuntaba los riesgos de una infección severa para la que el tratamiento (sin entrar en el abandono de la sanidad que se ha cebado especialmente con esta comarca) ha llegado a cuentagotas y con varias décadas de retraso. Atravesaba aquella boina un rabillo que era la chimenea de una central térmica, como diciendo «he sido yo», creando capas de contaminación que hacían estratos en el aire primero y en los pulmones des
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