Apenas entraron la vieron tejiendo, enhebrando con paciencia cada hebra de lana. Era una tarde otoñal de 1966, y los jóvenes estudiantes de la UTE, Hernán Gómez y Willy Oddó, llegaron hasta la carpa de La Reina, para conversar con la dueña de casa, Violeta Parra. La idea era invitarla a cantar a la flamante peña folklórica de la universidad, que funcionaba en un comedor situado en el subterráneo del gimnasio de la Escuela de Artes y Oficios.
Ambos músicos, que poco después integrarían el conjunto Quilapayún, se jugaron sus cartas para convencer a la artista. “Violeta nos recibió atentamente. Estaba en cama tejiendo, un poco resfriada. Nuestra intención era entregarle la recaudación de la noche, que podía ser muy buena si anunciábamos a Violeta entre los estudiantes”, recuerda Gómez en un