No es frecuente que la literatura detenga su mirada en el farmacéutico como figura moral o heroica. En las novelas, el boticario suele ocupar un lugar discreto, a veces ridículo, y casi siempre subordinado a otros protagonistas de más resonancia. Basta recordar al apático Homais de Madame Bovary , paradigma de la mediocridad burguesa, o los farmacéuticos de Chejov, verdaderos personajes anodinos, o el farmacéutico Maximiliano Rubín, de Galdós, con claras manifestaciones de locura. Sin embargo, en El reloj sin manecillas (1961), Carson McCullers ofrece una imagen distinta, luminosa en su sobriedad: T.J. Malone, un boticario del sur profundo de Estados Unidos, es capaz de enfrentarse a un dilema moral como un verdadero héroe.

Malone es un hombre común. A sus cuarenta años recibe un diag

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