En diciembre de 2015, Sam Altman, fundador de OpenAI, hizo una promesa que sonaba demasiado buena para ser cierta: “Nuestro objetivo es avanzar la inteligencia artificial para beneficiar a toda la humanidad”. No estaba solo en su ambición mesiánica. Demis Hassabis había fundado DeepMind en 2010 con Mustafa Suleyman y Shane Legg, formulando una declaración igualmente audaz: “Resolver la inteligencia y luego usarla para resolver todo lo demás”. OpenAI se presentó como un laboratorio sin fines de lucro, donde la invención más poderosa del siglo sería regalada al mundo entero.
Ocho años más tarde, esa promesa yace enterrada. OpenAI es hoy una corporación controlada por Microsoft y valuada en más de ciento cincuenta mil millones de dólares. DeepMind, por su parte, sucumbió dentro de las entrañ