Hay noches que están destinadas a quedar grabadas en la memoria colectiva del rock. Noches en las que una banda trasciende su propio repertorio para entregar algo más, una declaración de principios, una comunión con su gente. La del sábado 18 de octubre fue una de esas. En la segunda y última fecha en el estadio de Huracán, Guns N' Roses no solo dio un concierto: firmó un pacto de sangre con Buenos Aires, un show de tres horas y diez minutos que se sintió como una reivindicación de todo lo que alguna vez representaron.
Sin embargo, el paraíso tardó en llegar. La noche arrancó con el infierno de un Axl Rose furioso. Apenas terminó la explosión inicial de " Welcome to the Jungle" , el cantante revoleó el micrófono con una violencia que heló la sangre. No era contra el público,