Cuando los ladrones irrumpieron en el Louvre el domingo, probablemente no estaban interesados en las obras maestras de arte que colgaban en las paredes del gran museo. Probablemente tampoco les importaba la invaluable colección de estatuas de la institución parisina. Y, lo más probable, ni siquiera estaban interesados en la procedencia histórica de las tiaras, aretes y collares a los que apuntaban.
Lo que probablemente los motivaba, según los expertos en delitos artísticos, era la cantidad de joyas y metales preciosos que podían tener en sus manos para romperlas y venderlas.
La tiara que robaron y que una vez perteneció a la reina Hortense, por ejemplo, contenía 24 zafiros de Ceilán y 1.083 diamantes que podrían descargarse individualmente para que los joyeros los restablecieran en n