Durante más de un siglo, los arqueólogos y egiptólogos han debatido si la misteriosa ciudad de Akhetatón , fundada por el faraón Akenatón en el siglo XIV a.C., fue víctima de una gran epidemia . Las muertes sucesivas de miembros de la familia real, los enterramientos múltiples hallados en los cementerios del lugar y los textos hititas que mencionan una plaga originada en Egipto alimentaron durante décadas la idea de una catástrofe sanitaria. Un nuevo estudio publicado en American Journal of Archaeology por Gretchen R. Dabbs y Anna Stevens, del Amarna Project de la Universidad de Cambridge, reabre el caso con una mirada crítica: no hay pruebas sólidas de que Amarna sufriera una “peste” devastadora.

Las bases del estudio

La investigación revisa los indicios históricos y arqueológicos que sustentaron la hipótesis de una “crisis de mortalidad” en el reinado de Akenatón. En los textos hititas conocidos como las “oraciones de peste” de Mursili II, el monarca del Imperio de Hatti describe un brote prolongado que habría matado a su padre y a su hermano , y acusa a prisioneros egipcios de haber introducido la enfermedad. Este relato, situado cronológicamente en la misma época que la fundación de Akhetatón , se interpretó como la pista de un contagio interregional entre Anatolia y el valle del Nilo. Sin embargo, las autoras recuerdan que el término original, henkan, significa simplemente “muerte” o “desgracia”, y no necesariamente alude a una epidemia biológica.

Mapa de Amarna que muestra la ubicación de los cementerios de la ciudad y otros sitios clave

Las fuentes egipcias tampoco confirman un episodio de este tipo. Las cartas de Amarna, la correspondencia diplomática hallada en el propio yacimiento, mencionan brotes de enfermedad en otras regiones del Mediterráneo oriental ( Chipre , Megiddo o Byblos), pero no dentro de Egipto . Aun así, la coincidencia temporal de esos textos con los años en que Akenatón trasladó la corte a una nueva ciudad “en tierras vírgenes”, sumada a la desaparición temprana de varias princesas reales, alimentó la sospecha de que el faraón pudo haber huido del contagio o sucumbido a él. Ni los registros arqueológicos ni las pruebas médicas posteriores, advierten las investigadoras, respaldan esta interpretación.

En qué se sustenta la investigación

El nuevo trabajo se apoya en un exhaustivo análisis bioarqueológico de 889 enterramientos distribuidos en cuatro cementerios de Amarna excavados entre 2005 y 2022 . Se trata de uno de los conjuntos funerarios más extensos y mejor conservados del Egipto faraónico. Los autores examinaron las prácticas de enterramiento, la demografía de los fallecidos y las lesiones visibles en los huesos para detectar signos de una mortalidad catastrófica. El resultado es contundente : las patologías halladas (fracturas vertebrales, signos de malnutrición, estrés físico severo) reflejan condiciones laborales extremas y estrés fisiológico prolongado, sin indicios de un brote infeccioso agudo.

Un entierro intacto en el Cementerio de las Tumbas del Norte que contiene a tres individuos (Inds. 1167, 1168 y 1169), quienes fueron envueltos juntos en una sola estera funeraria antes del entierro. La estera sobrevivió en parches a los lados y la base de la tumba y es visible junto al cráneo y el antebrazo derecho del individuo a la derecha

El único indicio de enfermedades contagiosas es la presencia aislada de tuberculosis en algunos individuos y de posibles casos de malaria , ambos males endémicos en Egipto desde épocas anteriores. “ No hay evidencia de lesiones óseas que correspondan a un brote agudo ni de acumulaciones de cadáveres que indiquen colapso sanitario ”, señalaba el estudio. Las investigadoras subrayan además que los entierros múltiples, interpretados durante años como prueba de una peste, pueden explicarse por motivos familiares o logísticos: varias personas fallecidas con poca diferencia de tiempo, sin que medie un contagio masivo.

Casos singulares

Uno de los casos más singulares es el cementerio de las Tumbas del Norte , donde más de la mitad de las sepulturas contienen dos o tres cuerpos, casi todos de adolescentes y jóvenes adultos . Esta concentración de muertes en edades productivas podría sugerir una crisis puntual , pero los autores la relacionan con las duras condiciones de los trabajadores que construyeron la ciudad. La mayoría de los esqueletos muestran lesiones por esfuerzo repetitivo y falta de descanso, lo que apunta a un patrón de agotamiento y desnutrición más que a una infección epidémica. “ Probablemente se trataba de jóvenes obreros sometidos a un estrés máximo ”, destacaron las investigadoras.

Amarna , edificada en apenas dos décadas y abandonada poco después, ofrece una oportunidad excepcional para estudiar una población entera en un marco temporal bien definido. La ciudad fue concebida como capital del culto al dios Atón , en un experimento religioso y político sin precedentes. Su breve existencia y el abandono posterior dejaron intactas las huellas de la vida y la muerte cotidianas. La comparación de los cementerios del norte y del sur, junto con los registros de viviendas y talleres, permite trazar una imagen precisa de las desigualdades sociales y las condiciones de trabajo en la capital de Akenatón.

El estudio de Dabbs y Stevens desmonta , así, una de las hipótesis más persistentes sobre el final de la era amárnica. No hubo una gran peste que arrasara la ciudad, sino un conjunto de factores estructurales (malnutrición, sobrecarga laboral, precariedad sanitaria) que elevaron la mortalidad en ciertos grupos. Lejos de un relato de castigo divino o colapso epidémico, Amarna revela los límites humanos de una sociedad que intentó reinventarse en torno al sol. Su historia recuerda, como señalaron las autoras, que las enfermedades no siempre se leen en los textos, sino en los huesos.