El Museo del Louvre de París ya llevaba 30 minutos abierto y había dado la bienvenida a cientos de visitantes a través de sus puertas, cuando ladrones con chalecos amarillos subieron por una escalera montada en un camión hasta el balcón del segundo piso de la Galería Apolo, hogar de las joyas de la corona francesa, entre otros tesoros.
Utilizando una amoladora angular para abrir a la fuerza una ventana, tardaron solo cuatro minutos en entrar en la habitación, cortar dos vitrinas que contenían joyas napoleónicas, coger nueve piezas y huir de vuelta por la escalera.
Más allá de su trama aparentemente cinematográfica, el robo fue un claro ejemplo de cómo los ladrones han comenzado a apuntar a las instituciones culturales no necesariamente por sus preciadas pinturas, sino por artefactos que