
En la época de la posguerra , la comida no era placer ni cultura gastronómica, sino un bien escaso que se racionaba constantemente. Pensar en huevos, carne o harina era prácticamente imposible, y cuando algo como el pan o el aceite aparecía, las cantidades apenas alcanzaban para llenar un cuarto de estómago.
Cuando las opciones no existían, el ingenio era la única salida. De ahí surgieron recetas basadas en el aprovechamiento , donde se convertía una miseria en un plato que engañaba a la vista. Este es el caso de una comida que se servía a menudo en esa época, pero que hoy en día casi nadie recuerda.
Este es el plato de la posguerra que muchos prefieren olvidar: un ‘arroz’ sin arroz
El plato que marcó aquella época de la posguerra fue el ‘arroz de Franco’ , o ‘ arroz por cojones’ . Curiosamente, este plato tenía muy poco arroz. El grano blanco escaseaba tanto que muchos lo sustituían por trigo cocido , intentando replicar, de alguna manera, un arroz caldoso.
El historiador David Conde Caballero y el antropólogo Lorenzo Mariano Juárez documentan en su obra Cuando el pan era negro cómo se preparaba esta receta: se calentaba aceite en una cazuela, se añadían ajos picados y el trigo. Luego agua, un poco de laurel si se tenía, y mucha paciencia. Lo importante era que no se pegara al fondo.
Este arroz buscaba parecer uno de esos platos de domingo . No engañaba a nadie, pero servía para calentar el estómago, y a veces eso era suficiente. Hay recetas que surgieron en la posguerra y que se han adaptado a nuestros días, pero esta es de las que no se recuerdan por ser sabrosas ni especiales. Más bien, es de las que se olvidan.
Otros platos que surgieron en la posguerra y que alimentaron a un país entero
Más allá del ‘arroz por cojones’, la posguerra dejó un recetario de subsistencia que no aparece en los libros de cocina, pero sí en la memoria de quienes vivieron aquello. Platos duros, básicos, a veces casi simbólicos, pero que fueron el sustento de medio país.
Algunos ejemplos de aquella cocina son las gachas , hechas con harina gruesa remojada que sólo buscaban llenar el estómago. Las sopas de ajo, humildes y calientes, acompañaban muchas noches frías. Las migas se preparaban con pan duro, aceite y lo que hubiera a mano. Y los potajes, si llevaban algo más que agua y legumbre, ya eran prácticamente un lujo de la época.
Luego estaban los inventos: tortillas de patatas sin patatas ni huevos , hechas con harina y cebolla. O el «café» de cebada, de algarrobas, de bellotas… cualquier cosa que al menos oliera a café. Incluso la carne de caballo llegó a ser habitual en algunas zonas, y no faltan testimonios de familias que comían lagartos o ratas para sobrevivir.
Al final, este tipo de comida sólo buscaba eso: soportar un día más. En medio de la penumbra, que el hambre se calmara. Era una forma de resistir que muchos preferirían olvidar, y que, sin embargo, forma parte de nuestra historia.