Hay peloteros que parecen nacidos para el ruido, para las cámaras, para las portadas, personajes que luego se esfuman como la bruma de la mañana y más nunca salen después de sus 15 minutos de gloria. Y hay otros, como Vladimir Guerrero Jr., que nacen para el momento. No para muchos, para uno. Ese en el que el estadio se detiene y todo parece depender de un solo swing.
La noche del domingo en Toronto, el aire pesaba distinto. Había una expectativa antigua, de esas que solo genera un apellido con historia. Y cuando la pelota salió del bate de Guerrero, el estadio entero recordó que los sueños, a veces, se heredan.
«Él es el rostro de la franquicia», dijo el mánager John Schneider, con una sonrisa que sonaba más a respeto que a euforia. «Recuerdo una conversación, estábamos Max [Scherzer] y