Aun bajo riesgo de ser señalado como persona “non grata” por los pasmados administradores del Museo del Louvre, en la ciudad de París, debo decir cuánta “schadenfreude” (alegría por el infortunio ajeno) me causó el robo de las joyas napoleónicas. Merecido por altaneros, ineficientes y burócratas con pretensión de aristocracia.
Algo extraño sucede en los museos del mundo. Por extraño mimetismo, los burócratas se sienten dueños de las obras ahí expuestas y mancilladas por visitantes plebeyos.
Aquí, en la humilde ciudad de México, hace unos meses un cursi enamorado realizó una boda “gay” dentro del Museo Nacional de Arte con todo y la bendición de Alicia Bárcena, nuestra ex secretaría de Relaciones Exteriores, y no podemos olvidar el caso del orgulloso Museo Nacional de Antropología cuyo pr