A fines de los setenta, cuando todavía viajaba seis horas por día entre trenes y colectivos para llegar a la universidad, Sanae Takaichi soñaba con libertad. Quería irse de la casa familiar, subirse a su moto Kawasaki y recorrer el país con su banda de rock. Pero su madre tenía otros planes: nada de pensiones ni independencia hasta el casamiento.

La joven, sin embargo, no se resignó. Entre estudios y guitarras eléctricas, empezó a escribir su propia historia. “Soñaba con tener mi propio castillo”, confesó años después en sus memorias. Lo que no imaginaba era que ese castillo iba a tener vista al Palacio Imperial de Tokio.

Hoy, con 64 años, Takaichi rompió una barrera de siglos y se convirtió en la primera mujer en liderar Japón. Lo hizo con una mezcla de disciplina, audacia y un toque de

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