El horror japonés nunca ha sido solo un género: es todo un lenguaje para entender el sufrimiento. Desde las primeras películas de posguerra hasta las ficciones digitales de hoy, Japón ha explorado el trauma como si fuera una disciplina artística.
En Occidente, el miedo suele resolverse con la derrota del monstruo; en Japón, en cambio, el monstruo es la memoria. Nunca se elimina, solo se puede contemplar y en ese acto hay un tipo de belleza muy particular que nace de lo que no se puede reparar del todo, similar al Kintsugi , el antiguo arte japonés de arreglar cerámica rota , rellenando las grietas con laca y polvo de oro, como cicatrices que nunca se ocultan.
Takashi Shimizu, en el filme de culto Ju-on (2002), no contó la historia de una casa embrujada sino una culpa que se r